Ese par afable, cóncavos conversos, que a las lenguas llaman, en conjunto, sexo cartesiano; lamidos con la voz y sin ingenio, han fluctuado hasta la concreción, respetando de nuevo las distancias.
En su grasa cohabitan adjetivos sin estorbarse, con los que celebran besos amortizados.
Son dos seres vivos, exactamente uno cada uno, atónitos sobre el paisaje de un día para otro, idénticos, amor al respecto breve y vacante. Síntesis de lo acordado, de los dos solo faltan ambos para ser uno sin el otro. Sin más otra vez, sin quien, hasta la próxima, en que vuelvan a reconocerse en otro rostro igual de efímero.